vida sana
Volviendo al apio, por Catatonias
31 Jul 2020
Por Stephanie Biscomb (@catatonias), ex veinteañera, ganó dos Premio Nobel, un 5 de oro y cuarenta medallas de primer puesto en las competencias atléticas del liceo. Hoy reside en Londres junto a su chanchito enano Pink Floyd, y se dedica a ver series en Netflix y correr maratones. Sí, todo esto es mentira – pero cómo estaría, eh!
Ilustraciones de María Eugenia Elorza (Funky Marucha): una apasionada de la vida que dibuja desde que tiene memoria, pero todavía no aprendió a dibujar manos. Ténganle paciencia.
Como toda ex obesa que ahora vive felizmente su condición de gordita, tengo periodos de obsesión con aquello de la nutrición. Posta. Antes de siquiera ir a nutricionista -allá en aquellas jóvenes épocas de los veintipocos años- ya me conocía cuántas calorías hay en todo (una taza de harina tiene 400, por ejemplo). Me bajo cuanta aplicación para contar calorías exista, la vaya a usar o no. Tengo una balanza de cocina y apenas sé cocinar una torta. Tengo una de esas pulseras que te cuentan los pasos y, claramente, me recuerdan de mi triste estatus sedentario todas las putas semanas.
Lo peor es que desde que cumplí 30 mi postura ante el tema dietas ha sido más o menos “Estoy demasiado grande para masticar tallos de apio”. Ergo, cuando adelgazo es por estrés o por olvidarme de comer, o por de repente no estar más embarazada o por dejar la pastilla. Asimismo, cuando engordo es por estrés o por olvidarme de no comer o por de repente estar embarazada o por tomar la pastilla.
Entonces, en realidad, es como un poco sorprendente que aún no haya caído en la moda esta de la Dieta Clean. Tengo la misma postura con todo eso del Reiki y las energías y la acidez de la comida y la toxicidad que mi madre tiene con la magia negra: no creo en brujas, pero que las hay, las hay. Y, al mismo tiempo, vengo comiendo de una manera tan tóxica que no entiendo como aún no paso los 100 kilos (¿alguien me explica por qué febrero, de repente, tuvo la misma cantidad de eventos y cumpleaños que diciembre?).
Por ende, el otro día vi a una chica en mi Facebook recomendar uno de esos lugares que te hacen la comidita por una cuotita semanal y te la llevan a tu casa y pensé “ya está, es mi oportunidad”. Así que reservé mi lugar. Esto fue antes de notar que la cena es un vasito de sopa y que suelo ponerme sumamente irritable cuando tengo hambre.
Lo que tampoco preví es que, desde que reservé mi lugar en el delivery de apio para la dieta Clean, mi mente entró en modo “fin del mundo”. ¿A qué me refiero con esto? Desde entonces, mi cuerpo me pide TODOS MIS PLATOS FAVORITOS. Hamburguesas. Delivery. Comida china. Macaroni and cheese del que ya viene con la salsita. Fideos. Quiero fideos con arroz y quinoa y granola. Con queso semiduro por arriba. Y un huevo frito. Quiero ocho milanesas y cuatro pizzas. Quiero cerveza y Coca Light y café. ¿Quiero? ¡Necesito!
Nunca fui tan feliz. Escribo esto acabándome de bajar un pedazo de pan con manteca. A las 15 horas. Por primera vez en ocho años. Porque el pan tiene semillitas y por tres semanas no voy a poder comer.
“Acordate que el domingo es mi última cena”, le dije a mi novio el otro día. Me preguntó si había invitado a los apóstoles. Le dije que sí, a los 12: pan, fideos, arroz, galletitas, maní con chocolate, pizza, queso, milanesa, pollo al horno, papas fritas, huevo frito y pildoritas. Sí, a pildoritas también lo invité aunque no debe venir a casa desde que tenía 8 años.
Así que nada, gente. Durante las tres semanas que siguen voy a estar ampliamente insoportable. Seguramente pierda un montón de peso – justamente, aquel que acumulé desde el martes pasado. Deseénme suerte. Y, cuando estén teniendo un mal día, recuerden este pequeño hecho que seguro les alegra el día: por lo menos no tuvieron que desayunar licuado de manzana y apio. Son unos privilegiados.