descanso
Volveré a viajar sola, por Lala Antúnez
10 Nov 2016
Hace unos años atrás, nunca pensé que me animaría a viajar sola. ¿Por qué? Por miedo. ¿A qué? A aburrirme, a preocupar a mi familia por mi salud, a ser asaltada, violada o asesinada. Varios amigos me dijeron: “Lala, cuando vi en la televisión la noticia sobre las argentinas que desaparecieron en Ecuador pensé mucho en ti y en tus historias”. Yo también recordé aquellos momentos en los que no pude cerrar ni un ojo en toda la noche.
Hoy puedo decir que volví de Perú muy fortalecida, tanto por las buenas experiencias como por las malas. Con la emoción del viaje tendemos a olvidar la existencia de ciertos peligros que pueden arruinar una hermosa experiencia. Pero ahora, aunque continúo estando más expuesta por ser mujer, aprendí a ser más precavida.
A continuación, mis historias:
En una agencia de turismo de Puno una de las funcionarias me recomendó planificar mi viaje por Ica, Nazca y Paracas con un señor llamado Jesús. Recién cuando llegué a Ica me enteré de que este señor no trabajaba para una agencia, sino que era el dueño de uno de los buggies con los que se recorre el desierto de la Huacachina. La funcionaria lo había conocido hace muchos años y le estaba haciendo un favor al recomendarlo, ya que había sido muy amable con ella en aquel entonces. Confié, primero porque me lo recomendaron en una agencia y segundo porque él sabía que tenía amigas en Lima, que varias veces lo llamaron para marcar presencia. ¡Primer error, confiar fácilmente!
Apenas llegué a la estación de Oltursa, en Ica, llamé a Jesús por un teléfono público para que me fuera a buscar, porque había perdido mi celular en Puno. ¡Segundo error! Justo en ese momento estaba haciendo un recorrido en buggie por las dunas del desierto, entonces tomé un taxi hasta el hotel que me recomendó: Salvatierra. Llegué al hotel, a primera vista resultó agradable, con una gran piscina en el frente y una arquitectura antigua. Después de unos minutos resultó ser todo lo contrario. Llegó Jesús y me mostró mi habitación, muy vieja y rústica. El baño… muy venido a menos, el techo tenía maderas sueltas entre las cuales podía ver el cielo. Como Jesús conocía a los dueños de este hotel y era el único que tenía habitaciones individuales a bajo costo no quise ver otras opciones. ¡Tercer error!
La primera noche no tuve inconvenientes. Jesús me llevó en taxi hasta la Bodega Museo Lazo, conocida por su discoteca al aire libre. Hice una degustación de diferentes tipos de vino, cachina y pisco puro, el cual me resultó tan fuerte que no lo pude terminar de tomar. Respecto a este lugar mis expectativas fueron demasiado altas, pensé que me contarían en profundidad la historia de cada vino y del origen del museo, que tiene varias piezas de colección, pero las explicaciones fueron muy superficiales.
A la vuelta, como no tenía celular, le pedí a Jesús que me despertara a las 6:00 am para aprontar todo e ir a Nazca. Al llegar me quedé por el día en un hostel que me recomendó: The Nazca Inn Hostel. El dueño, “el gordo Niki”, quien coordinó mis tours por esta ciudad, fue a buscarme a la estación. En el camino me contó que su abuela es chamán y que aprendió muchas cosas de ella. A continuación, paró el auto frente a un arbusto y me dijo que le arrancara una hoja. Lo hice, se la di y empezó a pasármela por la frente, el pecho y, para finalizar, me la dio para que me la pusiera en la panza. Muy loco todo.
Luego de tomar un té de coca fui a sobrevolar las líneas de Nazca en una avioneta de la empresa Aeromoche Perú. Nunca me descompuse en un avión, ni barco, ni montaña rusa, pero en la avioneta dejé la vida en un par de bolsas. ¡¡¡¡¡Iuuugggg!!!!! A pesar del malestar, lo que pude ver fue hermoso. Kilómetros y kilómetros de líneas misteriosas, de origen desconocido.
Cuando volví al hostel, el dueño me alojó en un cuarto para descansar, ya que por la tarde continuaría con el tour por los acueductos de Cantalloc (obra de ingeniería hidráulica) y la zona arqueológica de los Paredones. Cuando me vio llegar mareada, trajo a la habitación unas hierbas que también quiso frotar por mi cuerpo. En diferentes oportunidades vi que les hacía el mismo cuento a otras chicas que estaban alojadas en el hostel. ¡Ya me tenía harta con el cuento de los chamanes!
Aprendí la lección. Hay que investigar detalladamente cada hospedaje, a pasar de que haya sido una recomendación. Cuando pude acceder a internet, estos fueron los comentarios que encontré sobre el dueño y el hostel, en Tripadvisor:
“Les intenta dar un trato ‘especial’ a las chicas que vienen sin compañía masculina”.
“El personaje que lo regenta es famoso en Nazca por su “tratamiento” hacia las mujeres. Es un mentiroso de mucho cuidado que se dedica a enredar a los turistas para vender los sobrevuelos de las líneas de Nazca y las excursiones a unos precios completamente disparatados”.
“Mucho cuidado. Siempre se las ingenia para robar a los turistas. Cambia el nombre de su alojamiento, ahora es Loki Nazca, debido a las quejas y denuncias, le cambiará a otro, por ello es bueno ver bien las fotos”.
“Este tipo se hace llamar de muchas formas: Alberto, Mickey, Willmer…siempre se está cambiando el nombre por su mala reputación”.
Por la noche cené en Bamboo, un hostel decorado con esta caña, donde la comida parecía confiable y deliciosa. Muy amable atención. Allí debí hospedarme. Cuando volví a Salvatierra para dormir me costó conciliar el sueño porque la zona está rodeada de boliches. A las dos de la mañana me desperté con mucho calor, entonces tomé un baño. De pronto, por las maderas flojas del techo del baño, algo intentaba entrar. Como no pude ver qué era me vestí tan rápido como pude, salí corriendo del baño, cerré la puerta y fui a buscar a alguien en la recepción. No había nadie, todo estaba oscuro. Volví a mi cuarto y me aseguré de que la puerta del baño estuviera bien cerrada. ¡Sentí mucho miedo! “Dormí” con la luz encendida.
Por la mañana le conté a Jesús lo sucedido, me dijo que probablemente fueron gatos. Agotada, por no haber dormido en paz en toda la noche, fui a conocer Paracas, precisamente las Islas Ballestas y las playas que están adentro del desierto: La Mina y la Playa Roja. Jesús me acompañó a pedir un taxi porque no se puede confiar en cualquier taxista, algunos te pueden asaltar u otros raptar. Me subí a uno. Al principio, el señor mayor que lo conducía me puso bastante nerviosa con tantas preguntas: “Señorita, ¿por qué está usted tan solita? ¿Acaso los peruanos no saben apreciar su belleza?”. Ya me lo habían preguntado reiteradas veces y, para completar el panorama, en esta oportunidad no contaba con el celular para llamar a mis amigas peruanas y mostrarles que no estaba tan sola como imaginaban. Fuimos por la ruta Panamericana, donde se ven varios viñedos característicos de la zona. Cada cinco minutos le preguntaba si estábamos por llegar, tantos piropos me hicieron pensar, más de una vez, en saltar del auto.
A la hora, aproximadamente, tuve que bajarme para tomar otro taxi hacia Paracas. El señor me dijo que lo eligiera bien. Al tomarlo vi que anotó la matrícula por si me llegaba a pasar algo en el camino. ¡Eso me dejó más nerviosa! Al llegar compré el tour por las Islas Ballestas y las playas de Paracas. Fue un lugar a donde me hubiera gustado ir acompañada, anduve sola con un guía para todos lados. Muy amable, fue mi fotógrafo durante el tour.
Al volver a Salvatierra, comí y me acosté a las nueve de la noche. Necesitaba descansar, pero a la una de la mañana alguien golpeó mi puerta a los gritos: “¡Señorita, señorita! La llamo en el nombre del señor Jesús”. No puedo evitar reírme cada vez que cuento esta parte. Como dormía profundamente, pensé que me hablaban del más allá. Gracias a Dios no abrí la puerta y atendí por la ventana al señor que me llamaba. Un borracho se colgó de los marcos y me dijo que Jesús, quien me alojó en el hotel, le pidió que me invitara a salir para que no me aburriera, porque sabía que estaba sola. Al principio fue cordial, pero cuando le repetí que no quería salir del cuarto se volvió insistente y terminó confesando que se sintió atraído por mí desde que me vio llegar, que quería entrar a conversar y pasar la noche conmigo. También me dijo que los peruanos eran muy buenos en la cama y me preguntó qué tal eran los uruguayos en el sexo.
Yo estaba sin celular, el techo del baño tenía las maderas flojas y la noche anterior salí a buscar a alguien para pedirle ayuda sin obtener suerte. Traté de mantener el control para evitar que el señor se pusiera violento y entrara al cuarto por la ventana. Así que amablemente le pedí por favor que se retirara. Luego de insistir se fue y otra vez no pude dormir.
Al otro día llegó Katy, mi amiga peruana, para hacer el tour en buggie por el desierto de la Huacachina. No salí del cuarto hasta que llegó. Le abrí la puerta llorando, al borde de un ataque de nervios. Ella llamó a Jesús con su celular. Le dije las características del señor que me acosó por la noche y junto al dueño del hotel trajeron a un hombre para que lo reconociera. Resultó ser un empleado de Salvatierra. Le dije todo lo que no le pude decir cuando estaba sola y exigí que me devolvieran el dinero. El dueño no me lo quiso devolver. Tuve que pedirle pusiera en mi lugar a su madre o a su hija. Sólo así logré sensibilizarlo para que me devolviera el dinero. ¡Una vergüenza! Jesús no sabía cómo disculparse, porque él nunca lo envió a buscarme y, según él, era la primera vez que presenciaba una situación como esta.
Luego, tan rápido como pude dejar el hotel, fui con Katy a pasear en buggie por el desierto y a hacer sandboard en las inmensas dunas. Me divertí, me reí a carcajadas cada vez que el buggie saltaba, pero me quedó un gusto muy amargo. Estas malas experiencias me agotaron mentalmente, entonces no seguí hacia el sur para conocer Arequipa.
Lamentablemente es una realidad. Es triste no poder moverse libremente y sin temor, pensando que te pueden violar o raptar. ¿Volveré a viajar sola? Sí, por supuesto, pero con una dosis mayor de desconfianza y precauciones. ¡Viviendo y aprendiendo!