confesiones

Re heavy, re jodida. Por Catatonias

28 Jul 2016

Catatonias

Como siempre me faltó medio chip implantado en la cabeza, desde muy chica me gané el epíteto de “rebelde” -aunque confieso que lo mío fue siempre sin causa y a un nivel muy inocente. Mi nivel de rebeldía se limitaba a salir de mi casa con pantalones anchos que me quedaban largos, lo que siempre implicaba que se rompieran a nivel de los talones, ensuciándose hasta el punto de no retorno. “¿Así vas a salir de casa?” me decía mi madre. “Siempre tan rebelde sin causa vos”.

Y así, de tanto decirme rebelde sin causa, llegó un momento en que me lo creí. Me vestía de skater pero no podía andar en skate porque nunca le agarré la mano, principalmente porque me daba miedo caerme. Y ustedes dirán que es imposible que una persona rebelde sienta miedo. Pero yo les digo que es imposible que una persona alta no lo sienta cuando, evidentemente, cuanto más alto sos más larga es la caída y, por ende, más daño el que te podés hacer.

De hecho, en el liceo teníamos esa cosa bien yankee del anuario, donde aparecía cada una de nuestras fotos y los alumnos votaban dentro de la generación al “con más probabilidades de ser exitoso” o al “más traga” o al “mejor deportista”. Yo salí como más rebelde. Dos años. Consecutivos.

Desde entonces, según los demás, todo lo que hago lo hago porque soy rebelde. “Tefa no se casa porque es rebelde”. “Tefa vuelve a la facultad porque es rebelde”. “Tefa vota algo distinto a lo que vota toda su familia porque es rebelde”. “Tefa trabaja desde la casa porque es rebelde”. Tanto hago porque soy rebelde que ya considero el ser rebelde algo muy cercano a mi corazoncito y es algo que me encanta.

Pero, aquí el problema: cuanto más grande y más responsabilidades, más difícil es ser rebelde y vivir para contarlo. Primero, porque ser rebelde lleva tiempo y nadie tiene tiempo como para gastarlo en pelotudeces y, segundo, porque cuánto más viejo sos menos fuertes son tus opiniones. Si antes te encantaba debatir, ahora te cansa. Entonces, a medida que te das cuentas de estas cosas, la vida se hace un poco más de vainilla. Y todos saben que los rebeldes comen helado de menta granizada.

Pero algo queda de esos días de pantalones anchos y cigarrillos escondidos en el parque. Me doy cuenta de a poquito. Por ejemplo, a veces, cuando tengo mucho frío, pongo el aire a 21 en vez de 20. Y algunas noches me voy de mambo y lo subo a 22. Y siempre voy al almacén 5 minutos antes de que cierre. Podría ir antes, pero ¿qué adrenalina hay en eso? Una vez hice brownies y me los comí todos.  Y el verano pasado comí sandía mientras me tomaba una copa de vino. A veces, incluso, cierro la pestaña del mail y no la abro hasta dentro de dos horas. Esto es un deporte extremo en sí mismo, especialmente si también dejo el celular en el cuarto. ¿Y vieron que la vida se divide entre los que se duchan de mañana y los que se duchan de noche? Yo a veces me ducho al mediodía. Y hay noches en que me voy a dormir a las 3. De la MAÑANA.

¿Vieron? Aún queda algo de rebeldía dentro de este cuerpito latino. Y de eso estoy muy orgullosa. Porque la rebeldía está buena y está bueno no perderla. Porque me encanta la gente rebelde, que no se conforma con su entorno, aunque sea de las maneras más chiquitas. Porque ser rebelde en las pequeñas cosas es una buena manera de saber que aún no se perdió esa pequeña chispa de disconformidad que nos mueve a todos hacia delante. Y eso está bueno.

Ahora si me disculpan, me voy a tomar una hora entera para el almuerzo en vez de media hora. Arriba el anarquismo.

Por Catatonias