Layla es una abogada que ingresa en la vida de Sonny, un treintañero desempleado que tiene a cargo a un niño de cinco años. Ellos se conocen, salen y se divierten juntos hasta que las cosas empiezan a complicarse.

Layla no está segura de querer continuar una relación con Sonny, a causa de sus malos hábitos y falta de responsabilidades. Sin embargo, algo dentro de ella le remueve y decide darle una oportunidad para confiar y descubrir verdaderamente qué pasa entre ellos. Por lo tanto acepta el pedido que él le hace: defenderlo en tribunales para ganar la tenencia del pequeño Julian.

“Una vez que adoptas un niño no se aceptan devoluciones”

Layla se da cuenta de que Sonny tiene un buen corazón, ya que está preocupado por el cuidado del niño que apareció en su puerta inesperadamente. Él se siente responsable y eso a ella le agrada. Por eso decide ayudarlo.

La película nos demuestra qué importante es para una persona contar con el apoyo de su pareja en casos complejos. Ese empuje que nos dan solo los que nos conocen bien es una fuerza inigualable para nuestra confianza. Para lograr nuestras metas más preciadas necesitamos ayuda y acompañamiento. Y Layla descubre que ese es su papel en la vida de Sonny.

Como reflexión se puede decir que muchas veces el papel que cumplimos en la vida de los demás ayuda y suma, si es desde el corazón. Tanto Layla en la de Sonny, como Sonny en la del niño Julian nos lo ejemplifican en esta obra. Todos se complementan, y cuando uno está feliz, contagia eso al resto. Es un círculo virtuoso que hay que saber cultivar. A continuación una frase anónima que describe muy bien qué significa ser padre, o madre, durante toda la vida.

“Cuando nací mi padre era un ser que a veces aparecía para aplaudir mis últimos logros. Cuando me iba haciendo mayor, era una figura que me enseñaba la diferencia entre lo mal y el bien. Durante mi adolescencia era la autoridad que me ponía límites a mis deseos. Ahora que soy adulta, es el mejor consejero y amigo que tengo”

Un papá genial, 1999.