Dora es esposa, madre y maestra, además es una mujer tranquila que vive en la Italia de 1940 y que en medio de su vida normal, debe tomar una decisión extrema.

Mientras los nazis atrapan y secuestran a su marido y a su hijito a causa de la discriminación por orígenes raciales, ella queda en libertad y decide jugarse la vida y acompañar a su familia a un calabozo infernal.

Seguramente hoy en nuestro país no nos veamos sometidas a tomar una decisión tan drástica en un contexto tan cruel como fue el Holocausto nazi, pero a cualquiera le puede tocar padecer una lucha o un infierno. Los ojos de Dora expresan el dolor de todo lo que se vivió en la época pero también transmiten la esperanza que nunca llegó a perder. Si extrapolamos su actitud a nuestras diversas realidades, tal vez podríamos sacar buenas enseñanzas. Cabe destacar la fortaleza y la capacidad de lucha interior con la que día a día padecía el campo sin siquiera tener comunicación ni noticias de su familia, su valentía por elegir ese camino para seguir con los suyos y la nobleza de su alma llena de amor y fidelidad, digna de una buena madre, esposa y persona. La vida para Dora es bella no por el contexto en el que vive durante casi toda la película sino porque sus ojos nunca dejan de brillar ni de buscar un caminito propio dentro del desastre.