confesiones

Mujeres de Montevideo: Rosita

15 Dec 2016

Mujeres de Montevideo: Rosita

“Muchos de los momentos más felices los compartí con mi hijo de 40 años, que tiene Síndrome de Down. Cuando supe que tenía Síndrome de Down nunca pensé si era malo o bueno. Lo amé y punto. Sabía que si Dios me lo mandó por algo fue.

Lo más importante para mí era que mi hijo aprenda a convivir con su problemática y que pueda integrarse a la sociedad sin sentir discriminación. Porque yo no puedo educar a la gente, solo puedo educar a mi hijo. Lamentablemente la sociedad discrimina, pero si me focalizo en eso pierdo fuerzas. Por eso decidí enfocarme en preparar a mi hijo para que pueda enfrentar los problemas que inevitablemente surgirían.

Para eso, siempre traté de transmitirle que en la vida todos somos discapacitados en una u otra área. Por ejemplo, él dibuja precioso y yo dibujo horrible. Él tiene una letra clarita y yo tengo una letra horrible, ¡soy discapacitada en eso! Él tiene valores como ser un chico bueno, sano, que no tiene maldad, y hay gente que es discapacitada en ese sentido: que maltrata a los animales y tiene maldad. 

La discapacidad es algo normal y algo que todos tenemos en cierta medida. La de mi hijo es que hay que explicarle más las cosas porque las entiende menos que nosotros. Pero también hay personas “normales” a las que hay que explicarle 80 veces las cosas porque no las entienden. Y la verdad es que actualmente ya no sé qué es “normal”, porque la palabra viene de norma, y creo que a nivel humano no existe. Esto también se le explico todos los días.

Creo que siempre prioricé enseñarle a manejarse con su problemática, a que no le pase que alguien le diga mongólico y él se sienta ofendido porque él no es mongólico. Al fin y al cabo, todos tenemos que aprender a vivir con nuestras discapacidades y ser felices con lo que tenemos.

Vivimos juntos, charlo mucho con él, lo ayudo a que ande solo, le doy garantías como tener su celular para que me llame en cualquier momento si se perdió. Y, cuando se pierde, le digo que tiene su dirección con él. Ahí él se toma un taxi, viene hasta donde yo estoy, y yo le pago el taxi.

Él sale sin miedo porque le doy esa estabilidad. Si estoy cocinando siempre me ayuda y a veces le digo ‘ay, pelá tu las papas porque yo soy un desastre pelando papas’ y él se pone muy contento. Siempre le doy un poco de dinero para que pueda moverse y sentirse independiente. La otra vez me contó que había un señor en al calle que le dio pena y como estaba tomando vino fue y le compró vino. No lo rezongué, solo le dije ‘si tú lo sentís así está perfecto. Está muy bien lo que hiciste, a la gente hay que ayudarla. Pero, si tu querés, la próxima vez comprale algo para comer porque capaz le hacés daño’.

Jamás tiro abajo sus decisiones, siempre lo apoyo. Y cuando es necesario trato de explicarle por qué algo está mal, usando argumentos lógicos. Siento que lo he preparado para la vida. También tengo una hija hermosa que es licenciada en Comunicación. Fregando pisos y vendiendo flores la mandé a la Universidad Católica donde le dieron una parte de beca. Hoy por hoy se recibió y con su hermano es una ternura. Siempre pienso que si me pasa algo por lo menos alguien lo va a respaldar. Me siento bendecida por mis hijos y ojalá muchas mamás puedan sacar a sus hijos adelante así.”