“Un día, al año de conocer a mi novio, sentí que estaba segura de que era la persona con la que me quería casar. En ese momento lo primero que pensé fue que quería contárselo a mi mamá y ahí me di cuenta de cuánto la extraño. A la vez fue un momento feliz porque vi lo fuerte que es la conexión entre una madre y una hija.

Creo que mi forma de ser está muy influenciada por cómo era ella. Ella siempre fue muy lúdica con todo. Si había que ir a hacer las compras jamás sentías que era algo aburrido. Te mandaba a agarrar un carro, ella agarraba otro, y la misión era ver quién encontraba las cosas más rápido. ¡Todo era un juego y una aventura!

 

Mi madre me divertía muchísimo porque hacía de todo una celebración. Ella me mostró lo que es sentir entusiasmo por todo, desde lo más chico hasta lo más grande. Cuando tenga hijos me gustaría transmitirles lo mismo: el placer de las pequeñas cosas de la vida.

También aprendí de mi madre a ser muy práctica. Creo que la vida te da ciertas cartas y lo único que podemos cambiar es nuestra actitud ante determinadas situaciones.  En mi caso, podía elegir ponerme triste porque un día perdí a mi madre o podía elegir estar feliz por todo lo bueno que tuve con ella. Creo que la mejor forma de honrar a una persona cuando no está más es intentar incorporar sus virtudes en el día a día. Por eso para mí es como si mi madre todavía estuviera acá.”