“El momento más feliz de mi vida fue cuando conocí a Cristo. Llegué a él por un dolor muy grande. Tengo tres hijos y, cuando el más grande tenía 10 años, le encontraron cáncer de tiroides, que es una enfermedad de mujer. Anduvimos por todos lados tratando de descifrar por qué tenía eso, pagué todo tipo de estudios, pero no encontrábamos respuestas y la enfermedad seguía avanzando.

En ese momento había una persona que me invitaba a ir a la Iglesia. A mí me parecía una pesada pero finalmente decidí ir. No conocía a nadie y nadie me conocía a mí. Ese día un hombre dijo que Cristo hacía milagros y que una persona que tenía cáncer se iba a curar. Yo dije ‘¡tiene que ser mi hijo!’. Hoy en día tiene 20 años y hasta los médicos dicen que fue un milagro que se salvara.

Como madre es muy difícil enfrentar la enfermedad de un hijo. No sabés de dónde agarrarte, pero aún así tenés que ser fuerte. En esos momentos pareciera que nadie puede entender lo que sentís. No hubo psicólogo que me pudiera ayudar, pero cuando le das lugar a Cristo para que haga una obra en tí empiezan a cambiar muchas cosas.

Antes de la enfermedad de mi hijo yo tenía un carácter feo, ¡me enojaba mucho! Pero cuando empecé a leer la palabra de Dios y a comprender lo que quiere de nosotros empecé a cambiar. Siento que le encontré un nuevo sentido a la vida y aprendí a sonreír ante todos los problemas.”