soy mamá
Hijo chico, problema chico…
12 May 2016
Por Ariadna Caussade. Ginecóloga, escritora, madre y gran defensora de la mujer.
“Hijo chico, problema chico. Hijo grande, problema grande.”
Ese fue el lema que repetía mi madre. ¡Y pensar que no le creía! Estaba convencida de que era un mito, o uno de esos versos que se repiten por generaciones para dejar contento al resto, o lo que es peor, para hacerte sentir que lo que has pasado hasta el momento es una pavada, en comparación con lo que te espera. Claro, en este momento tal vez lo diga con un dejo de sabiduría o de simple soberbia generacional. ¿Pero eso qué importa? Lo importante es que capté la idea, y ¡vaya que la capté!
– ¿Dónde dijiste que querías ir?
– Al shopping.
– ¿A qué? ¿No fuimos hace tres meses?
– ¡Sí! Por eso, quiero ir antes de que lo demuelan y abran otro en su lugar.
Vi a Valentina revoleando los ojos y pegando reiteradamente con la punta de su pie en el suelo, mientras cruzaba los brazos delante de su pequeño pecho envuelto de una camiseta de marca reconocida, y cara.
– Vos te estás poniendo un poco atrevidita.
– ¡Uf!, ahora volviendo a lo nuestro. ¿Podemos ir?, ya que hoyyy tengo, una pijamada y necesito un pijama nuevo. ¿No sé si cazás?-decía mientras movía su manito en redondo y dejando los dedos índice y pulgar cómo si fuese a tomar algo y el resto cerrados en la palma. Mientras tanto, volvía a revolearme los ojos.
– Lo que cazo es que…
De pronto, comprendí que lo mejor era cerrar la boca y tratar de complacer a la pequeña arpía que tenía delante. Así que la mandé bañarse, lavarse los dientes y atarse el pelo. En ese orden. Fue mi humilde venganza personal.
Salimos de casa, y nos dirigimos al dichoso shopping, pero en el camino, me puso algunas condiciones.
– No agarres por esa calle, porque tenemos que levantar a Camila por su casa.
– ¿Cómo a Camila? ¡Vos no me dijiste nada de Camila!- le dije, recordando a esa tal Camila, como un monstruo que habitaba en el cuerpo de una niña de aspecto angelical.
– ¿Sí, por?- mencionaba mientras se asomaba por la ventanilla con la mirada perdida, y enrulaba con sus dedos un mechón de cabellos, chupeteándolo de vez en cuando.
– Nada mi querida, nada. Pero avisame dónde queda la casa, no quiero tener que parar el auto en seco como tantas veces.
Una vez en la puerta de la casa del peligroso engendro, veo con asombro cómo aquella niña de apenas diez años, sale de su casa sola, y se dirige al auto. ¿Es que no tiene madre, y si la tiene, no la cuidan?
Una vez que cruzaron sus miradas, las dos niñas empezaron a emitir una serie de grititos finos, al mejor estilo hiena premenstrual, que se me metieron a través de mi cráneo como si fuese una bala perdida, algo que, sencillamente, hubiese preferido.
Valentina, saltó dentro del auto trepando al asiento sin el más mínimo interés en el cuidado del tapizado y se zambulló hacia atrás, donde compartirían sillón para cotilleos. Gritaban, de a ratos hablaban bajo, me miraban, y estoy segura, que hasta se reían de mí. Traté de imaginarme, que no era así. Por mi salud mental y por la física de esas menores de edad. De pronto sacaron ese teléfono enorme, el cual siempre pensé que era demasiado para esa niña. Lo colocaban delante de sus caras y fruncían la boca al límite, deformando sus caras, como largando un beso a lo lejos.
¿Qué hacen? Yo, a esa edad, jugaba con las muñecas, ¡o a los sumo a las madres! ¿Qué ha pasado durante estos años?
Pero mientras las miraba por el espejo retrovisor, lo que no vi fue un auto que se detuvo bruscamente delante del nuestro. Frené el auto en seco y por un milagro no lo choqué.
¿Qué hacés pedazo de un…
Mientras insultaba al pobre chofer, víctima de mi furia interna y retenida, siento un chistido desde el asiento de atrás. Miro por el espejo retrovisor y veo a Camila que mientras fruncía la boca como para las fotos, con el dedo índice me decía que no.
-¡Eso no se dice!-me repetía una y otra vez, mientras Valentina le festejaba los límites que me imponían.
Preferí, nuevamente, callar y dedicarme a mirar hacia delante, y olvidarme del espejo retrovisor por un minuto. O al menos intentarlo, por lo que preferí cambiar de tema.
-Valentina, ¿sabés donde está tu hermano que salió muy temprano para el fútbol y no había vuelto cuando salimos de casa?
-No sé-me dijo mientras seguía jugando con el teléfono, ahora en medio de una comunicación, al parecer muy importante para ellas.
-En serio, Vale. Lo llamé y no me contestó.
-No sé, ni me importa. Nicolás ya es grande-dijo mientras se encogía de hombros, sin dejar de mirar el teléfono.
-Que tenga quince años, no quiere decir que sea grande.
-No sé entonces.
Paré nuevamente el auto, y me di vuelta. Sentí que necesitaba una respuesta, si es que sabía algo que yo no. Repetí la pregunta acerca de su paradero.
-¡Estás pesada hoy, eh!, sé que se reunía con Tomy y después iban a lo de…sí, a lo de Fede.
-¿A qué?, a mí no me dijo nada.-le dije preocupada, ya que era tarde.
-Sí, claro, te lo va a decir y todo.-y mientras lo decía, sonreía sin levantar la mirada del teléfono. Camila solo me observaba, con una risita socarrona en los labios.
En ese momento, perdí la paciencia, ¡y solo Dios sabe lo que me costó mantenerla! Me saqué el cinturón, me di vuelta y con un movimiento firme y certero, les manoteé el teléfono y lo tiré por la ventanilla con tal fuerza y velocidad, que ambas, quedaron congeladas, y sólo atinaron a mirarme aterradas.
-¡Ahora, me vas a decir lo que sabés mocosa!-una fuerza me había invadido, y el marcapasos, pensé que hoy no toleraba mi rebeldía. Valentina estaba sentada derechita, con las manos a los costados y los ojos grandes como platos. Camila, Camila…en realidad, yo ya ni miraba a Camila.
-Se iban a reunir con otros amigos en lo de Fede porque en su casa no estaban los padres, entonces, uno llevaba el encendedor, el otro las hojillas, el otro el triturador con un dibujito de hojitas verdes en la tapa y el otro había conseguido una bien sequita…
-¿De qué hablás Valentina?-le pregunté y al mismo tiempo, no quería escuchar la respuesta.
-¡Del faso, del porro!-me dijo tan campante, y segura de haber dado la respuesta adecuada para que no me la comiera en dos panes.
-¿Del faso? ¿De qué hablás? ¿Cigarrillos?
Ambas se olvidaron del miedo anterior y largaron la carcajada.
Me di vuelta, me puse el cinturón y arranqué el auto como una desquiciada. No sé si estaba soleado, no sé si llovía, ni siquiera sé si era de día o de noche. Me dolía el pecho, y me sentía sudorosa. Traté de respirar hondo y despacio. Doblé en la primera esquina y volví a casa. Necesitaba pensar. ¿En qué me había equivocado? Algo debía haber hecho mal, y desde un principio. Alguna culpa debía ser mía.
Las pasajeras del asiento trasero solo emitían sonidos guturales de altos decibeles, pero yo ya no las escuchaba.
Una vez en casa, les abrí la puerta del auto, las tomé de las mangas y las empujé para adentro. Seguían rezongando. Que la pijamada, que el shopping, que era de lo peor, etc, etc.
Me dirigí a la cocina y me senté frente a la mesa. Puse agua para el mate y mi cabeza seguía dándome vueltas. ¿Y ahora qué hago? ¿Qué le digo?
De pronto tocaron timbre, así que me dirigí a la puerta sin dejar de pensar que hacer.
Las niñas seguían gritando y lloriqueando. Las ignoré.
-¡Hola ma!-dijo Valeria demacrada, pálida y ojerosa.
-Pasá, m´hija. Te esperaba más tarde.
-Mami, mami, la abuela no nos llevó al shopping, y además me tiró el teléfono por la ventana ¡y además, me habló mal!-dijo Valentina mirándome de reojo y con un llanto falso.
-Valentina, ¡vos y tu amiga, se van al fondo a jugar! ¡Y calladas! Vos mamá, quedate que tengo que hablar algo importante contigo.
Me preocupó la palidez, sus ojos parecían hundidos en miedo y su respiración escondía un llanto contenido. Estaba delgada, más que de costumbre. No me había dado cuenta. En los últimos tiempos todos estábamos a las corridas.
Nos fuimos a la cocina y le ofrecí mate. Bajó la cabeza y luego, después de unos segundos que me parecieron años, me miró. Era una mirada húmeda, sobre unos ojos más chiquitos que de costumbre y más rojos que nunca.
-Mamá, hace unas semanas me enteré que Héctor tiene una familia paralela. Tiene tres hijos, uno de ellos es inclusive, mayor que Nicolás. O sea que la tenía de antes de casarnos. ¿Qué hago mamá, que hago?
Solo una tarde me llevó entender el dicho de mi propia madre, solo una.
Hijo chico, problema chico. Hijo grande, problema grande.