soy mamá
¿Esto me pasa solo a mí?
30 Sep 2016
Por Ariadna Caussade. Ginecóloga, escritora, madre y gran defensora de la mujer
Ilustración de María Eugenia Elorza
Acabo de colgar el teléfono y hay algo que no alcanzo a entender.
Claudia me dijo que hace unos días dejó a su hija de seis meses con la madre, y se fue a bailar con su esposo. Bailaron hasta la madrugada, bebieron champagne y volvieron exhaustos, pero no lo suficiente como para prácticamente partir la cama en dos, cuando las primeras luces de la mañana empezaban a filtrarse por la cortina. Me dijo que parecían dos adolescentes disfrutando de su primera salida furtiva y un sexo a escondidas.
Sigo sin entender…
Durmieron un par de horas y salieron a trabajar llenos de energía, otorgada por el amor y la pasión, desenfrenadas.
No entiendo…
Claudia tiene 39 años, igual que yo. Empezamos tarde a buscar un embarazo y nos costó bastante. Afortunadamente, no tuvimos que recurrir a ningún tratamiento complejo para lograr la gravidez. Las niñas tienen casi la misma edad y si bien ella hace un par de meses que se quedó sin leche, yo soy casi una Holando.
Siempre fuimos muy compinches y nos dijimos todo, como si fuésemos hermanas, y sin hablar, una siempre sabía lo que le pasaba a la otra y viceversa. Ahora no sé si estamos tan en sintonía.
Creo que el problema soy yo.
Mi día comienza cuando comienza el de Cata, mi hija. Normalmente duerme bastante, hasta las seis de la mañana y de corrido, pero en ocasiones se despierta a las tres de la madrugada y comienza a lloriquear hasta que la traigo un ratito a la cama. Una vez que evacua mis recipientes naturales de contenido lácteo, la llevo a su cama y se duerme… a veces.
A las seis y poquito me baño y a duras penas me arreglo un poco. Como la ropa que usaba antes del embarazo, todavía no me sirve, compré ropa cómoda y todo terreno para quedar presentable en el trabajo. Mi marido se levanta, se baña, se arregla y desayuna, mientras yo trato de dejar la nena comida y dormida, me ordeño para la tarde, me sacudo el pelo mojado, lavo la loza del desayuno que casi no he probado y espero a la señora que llegue para quedarse con Cata, llenándola de indicaciones.
Durante la tarde, llamo varias veces a casa para ver si está todo bien y estoy deseando ver a mi niña. Antes de llegar a casa, paso por el super, pago algunas cuentas que llegaron de mañana antes de salir y voy pensando que cocino para la cena. Mi marido llega a casa y se cambia para ir al futbol con los amigos mientras yo aprovecho para cocinar mientras Cata se pega una siestita.
Cuando él llega, ya tengo a Cata bañada y dormida, así que cenamos y nos vamos a dormir. Eso… ¡a dormir! Y si veo que está muy despierto, me voy al baño, me saco el maquillaje diez veces, me depilo, me hago un baño de crema y si fuese necesario una máscara humectante, hasta que oigo que se duerme.
Cuando voy al ginecólogo y me pregunta que método anticonceptivo usamos, yo le digo rápidamente: Cata. Y no sé por qué no le complace mi respuesta, es la verdad.
Hay algo que no entiendo, ¿soy yo? Estoy siempre cansada y no es que no lo quiera más, como a veces me dice duramente. No tengo ganas, simplemente no tengo ganas. Y para colmo, si finalmente accedo, muchas veces, hasta me duele. ¿Qué pasó con el embarazo? ¿No voy a tener nunca más una sexualidad como antes?
¿Soy anormal? ¿Por qué no soy como Claudia?
Tranquila, todo eso que sentís, es normal. Estás cansada y es obvio que eso no ayuda.
Los primeros meses de nuestros hijos muchas veces arrasan con nuestra libido y eso no significa que seas frígida, ¡no!
La lactancia y las hormonas que la generan, conspiran, generando disminución de la libido, y sequedad vaginal pero, aunque suene feo, la lactancia vale la pena.
Tal vez deberías tratar de hacerte un pequeño espacio, sola con tu pareja. Los niños sobreviven divinamente sin nosotras, aunque no lo podamos creer.
También es importante la comunicación con tu compañero, y la solicitud de apoyo de su parte.
La sexualidad para las mujeres es demasiado “pensada”, y deberíamos hacerla más “espontánea”, así como querernos más, para esperar que nos quieran.