soy mamá
El temple de una madre, por Magdalena Piñeyrúa
23 Oct 2020
Por: Magdalena Piñeyrúa
Antes de ser madre por momentos pensaba que quizás no tenía el temple suficiente.
¿Cómo iba a educar a alguien si todavía en la vida me quedaba tanto por aprender a mí? ¿De dónde iba a sacar esa fuerza, esa paciencia, esa sabiduría? ¿Sabría decir lo justo en el momento exacto? ¿Cómo iba a pasar de ser “yo” a ser una madre?
A la distancia me doy cuenta de que cuando nace el hijo, nace la madre, y nace ese temple.
Y sin darte cuenta estás mediando en una pelea de hermanos o inventándole un cuento a tu hijo como antídoto contra el miedo a la oscuridad.
Y te escuchás dando consejos y te sorprendés, y más aún te sorprendés porque funcionan.
O tenés una fuerza que antes no tenías, quizás porque no la habías necesitado. Y estás esperando el resultado de ese examen médico que hubo que repetir y te das cuenta que a pesar del miedo estás entera.
Y es cierto, en general estás muuucho más cansada que antes, pero no tanto como para no acompañar a tu hija a hacer la cola para el recital de su ídola.
Y sentís que tenés menos paciencia que nunca, pero la realidad es que cuando la necesitás aparece y ahí estás todos los días haciendo los ejercicios que le mandó el fonoaudiólogo a tu hijo o explicándole por vez número cuarenta por qué no puede comer caramelos todos los días.
El temple de madre está, siempre estuvo, ahí latente, esperando a que aparecieran las dos rayitas en el test para alcanzarte y abrazarte sin vuelta atrás.